En los himnos a sus dioses podemos ver un estilo marcado de repetición de imagenes , “ resplandor luminoso, dominio del universo, poderes soberanos etc...” se denota una devoción religiosa una emoción al nombrar la grandeza de sus Dioses. Pero sobre todo nos muestran el sentido de lo sobrenatural, no los glorifican con un sentimiento racional, es una emoción dentro de sus corazones, este sentimiento religioso, es en si temeroso, para ellos la divinidad en sus multiples aspectos y personalizaciones, es algo grandioso e inaccesible, dominante y temible.
Lo divino, paraliza y da miedo, en el poema de gilgames , en un momento en el bosque de cedros, el heroe se despierta de una pesadilla, atemorizado y le pregunta a su compañero de viaje, que no esta dormido lo sigiente
¿ no ha pasado un Dios cerca de mi?¿ por que si no soy presa del panico?”
La palabra dios se refiere a algo sobrehumano, (algo sobrenatural) y la idea de proximidad de algo asi, provocaba desasosiego.
Los dioses no eran algo que ellos buscaran con alegria y entusiasmo, era motivado por la necesidad de protección o de ayuda, pero no era anhelada su presencia, su compañía, no deseaban su presencia por que les proporcionara felicidad o sosiego, creo que era mas como mas vale tenerlos de cara, que de espaldas.
No era algo mistico, los dioses eran autoridades supremas y los humanos estaban sujetos a su servicio, ( como ya hemos comentado en algunas ocasiones en nuestro blog), ellos dependian de sus patrones ( dioses) no eran amigos. Tenian se someterse a ellos, se les temia y se les reverenciaba a partes iguales, no se les amaba, de hecho el verbo amar ( ramu/ag) no aparece como algo tierno he impetuoso respecto a los dioses, si no como una inclinación de un siervo a su amo, es mas una obligación amarlos.
Por ejemplo los dioses desprendian una especie de luminosidad, un resplandor sobrenatural, maravilloso y terrible al mismo tiempo, esta luz o destello se llamaba “melammu” (poder incandescente). El melammu, en suma, no era sino la traducción mitológica del sentimiento religioso fundamental, compuesto de deslumbramiento y terror, conjuntamente suscitados por los dioses.
Por eso no se privaban de calificativos tomados de todo lo que en este mundo parecía, a la vez, formidable, admirable y pavoroso, tanto de los fenómenos de la naturaleza («Diluvio», «Tempestad», «Inundación», «Montaña»...) como de los animales más imponentes y temibles («Uro», «León», «Dragón»...).
Pero considerándolo más de cerca, el temor prevalecía siempre, y la solicitud reconocida a los
seres divinos era sobre todo esperada de la misma forma que se espera y se desea condescendencia
de cualquier elevado personaje, lo que, de todos modos, no podía transformar en atracción y
entusiasmo la inquietud fundamental que se experimentaba en su proximidad. Los dioses eran ante
todo «Señores y dueños» (bélu), que podían dar prueba de bondad, pero que permanecían
siempre envueltos en majestad, lejanos y temibles, aislados en su esfera propia, inaccesibles a
cualquiera distinto a ellos...
Frente a esta dominante de reverencia, admiración y prosternación, no conozco ningún texto
que muestre la otra cara de la moneda, que represente la otra vertiente del sentimiento religioso: la
tendencia a aproximarse a lo Divino, a buscarlo como un bien personal y una felicidad posible, la
actitud propiamente «mística». Todo lo que se podría decir en este sentido lo hemos visto ya, y no
hay apenas testimonios de ello, es susceptible —¡en su contexto!— de una interpretación que lo
remite al temor y al «sentido de la distancia» que se debe guardar constantemente entre nosotros y
ellos.
Por lo demás, ningún documento revela tampoco la sensación de la presencia de la
Divinidad interior al hombre: los dioses «residían» en el Cielo, en la tierra, bajo la tierra, en sus templos, en sus estatuas, pero jamás en el corazón o el espíritu del hombre. 
 

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